El tratado de Björkö: la reunión secreta entre el zar y el káiser

El 24 de julio de 1905 se reunieron en la costa finlandesa, a bordo de sus respectivos yates, el zar Nicolás II de Rusia y el káiser Guillermo II de Alemania. La reunión, planeada solamente con cuatro días de antelación, se desarrolló en el más absoluto secretismo y culminó con la firma de una alianza defensiva entre Rusia y Alemania. El episodio, conocido como el tratado de Björkö, ha sido considerado por diversos historiadores como uno de los últimos ejemplos de la diplomacia tradicional entre monarcas. A pesar de no transcender a la opinión pública, el tratado causó asombro y enfado entre los respectivos gobiernos, pues tanto Nicolás II como Guillermo II actuaron con el completo desconocimiento de sus ministros, haciendo uso de sus prerrogativas regias.

Para comprender la transcendencia de la reunión de Björkö, es necesario referirnos al contexto diplomático de Europa a principios del siglo XX. En el verano de 1904, la posición diplomática de Alemania era complicada. La alianza entre Rusia y Francia (firmada en 1894) estaba plenamente consolidada, y había inaugurado una era de cooperación militar y financiera entre ambas naciones. Por otro parte, las relaciones con Gran Bretaña se habían enfriado, y Alemania dependía únicamente del apoyo que le ofrecía la Triple Alianza (Alemania, Italia y Austria-Hungría). Sin embargo, la solidez del compromiso de Italia con la alianza era dudosa y, además, cada vez resultaba más difícil reconciliar a los italianos y a los austriacos, cuyos intereses chocaban mutuamente. Aun así, los políticos alemanes confiaban que la tradicional enemistad de Gran Bretaña con Francia y Rusia, les dejaría espacio para maniobrar. Por esta razón, la firma de la Entente anglo-francesa en abril de 1904 fue un duro golpe para Berlín. Para librarse de la peligrosa situación que generaba este sistema de alianzas, la única opción que Alemania tenía a su disposición era llegar a un acuerdo con Rusia, para así debilitar o neutralizar la alianza franco-rusa. La oportunidad surgió entre 1904 y 1905, durante la guerra ruso-japonesa.

En febrero de 1904 estalló la guerra entre Rusia y Japón, por la rivalidad entre ambos imperios por el control de Manchuria y la península de Corea. El káiser Guillermo II y su canciller, Bernhard von Bülow, llevaban tiempo buscando un acercamiento diplomático con Rusia y rápidamente supieron ver las ventajas que ofrecía el conflicto. A medida que progresaba la guerra, el emperador alemán ofrecía a Nicolás II consejo naval y militar.  Además, en sus telegramas al zar, el káiser utilizaba un lenguaje incendiario para denunciar la poca fiabilidad de Francia como aliado, mientras que Alemania, aportaba a Rusia toda la ayuda que le permitía su estatus de neutralidad. Guillermo hacía todo lo posible por explotar la difícil situación del zar y conseguir una ventaja diplomática para Alemania, arrastrando a Nicolás a firmar una alianza secreta. Uno de los momentos más tensos para Rusia se produjo a raíz del incidente del banco Dogger en octubre de 1904, provocado cuando la flota rusa del Báltico, con destino a Japón, abrió fuego accidentalmente contra barcos pesqueros ingleses en el mar del Norte. Los oficiales rusos alegaron una confusión debido a la oscuridad de la noche que los había llevado a pensar que se trataba de buques torpederos japoneses. El incidente derivó en un grave conflicto diplomático entre Rusia y Gran Bretaña. El káiser consideró el desafortunado incidente como el momento perfecto para proponer al zar por primera vez el proyecto de una alianza ruso-germánica. Nicolás consideró seriamente la propuesta alemana, pero no estaba dispuesto a entrar a formar parte de un acuerdo formal sin consultar antes con Francia. Como era poco probable que los franceses dieran su aprobación, para Berlín, la respuesta del zar equivalía a rechazar la propuesta.

Retrato del káiser Guillermo II realizado por el fotógrafo de la corte T.H. Voigt, c. 1902. Collections of the Imperial War Museum.
Retrato del zar Nicolás II, autor y fecha desconocido.

Sin embargo, para el verano de 1905, la situación de Rusia había empeorado dramáticamente. La guerra con Japón había resultado un desastre: Port Arthur había caído en enero, el ejército ruso había sido derrotado en marzo en la batalla de Mukden, y la flota rusa del Báltico había sido completamente destruida en mayo en la batalla de Tsushima. Para empeorar las cosas, en Rusia, la catástrofe de la guerra había encendido la llama de la revolución. En conjunto, la situación en julio de 1905 le pareció al káiser propicia para intentar, de nuevo, un acercamiento al zar. De tal manera que las negociaciones secretas volvieron a empezar. Ese mismo verano, ya fuera fruto de la casualidad o de la voluntad, el crucero que el káiser realizaba todos los años a Noruega, se cambió por las aguas del Báltico, con una visita programada a Suecia. El 19 de julio el káiser telegrafió al zar desde un puerto al norte de Estocolmo, y le expresó su deseo de aprovechar su viaje para verse ambos si era posible. Nicolás se mostró entusiasmado por la idea, y aceptó concertar un encuentro en sus yates. Durante los días siguientes intercambiaron telegramas para fijar la fecha y el lugar.

«Desde Nyland, el 21 de julio, 1905,

Muy agradecido. Espero llegar el 23, a las 7 de la tarde. Por favor deja que el piloto se reúna con nosotros en Hochland. Nadie tiene la más remota idea de la reunión; solo mi capitán, quien tiene ordenes de mantenerlo en absoluto secreto. Todos mis invitados creen que nos dirigimos a Visby, en Gotland. Estoy lleno de alegría de verte de nuevo. Tengo noticias para ti. Las caras de mis invitados serán dignas de ver cuando de pronto divisen tu yate. Una buena broma. ¿Qué indumentaria para la reunión?

-Willy»


Bernstein, Herman. The Willy-Nicky Correspondence: Being the Secret and Intimate Telegrams Exchanged Between the Kaiser and the Tsar. Toronto: S. B. Grundy, 1918, pp. 107-108.

Al atardecer del domingo 23 de julio, el yate del káiser, el Hohenzollern, se acercó navegando lentamente a la isla de Björkö, cerca de la ciudad rusa de Víborg, para fondear junto al yate imperial del zar, el Estrella Polar. Sobre el encuentro que se desarrolló a continuación, entre el 23 y el 24 de julio, existen pocos testimonios, aunque el propio Guillermo II detalló posteriormente con gran cantidad de detalles la reunión con el zar en los telegramas a su canciller. El primer encuentro entre el zar y el káiser se produjo en la tarde del 23 de julio, a bordo del Estrella Polar. Ambos monarcas hablaron largo y tendido sobre el futuro de Europa, e intercambiaron opiniones sobre los eventos que se habían producido recientemente. Charlaron amigablemente sobre la resolución de la crisis de Marruecos (marzo de 1905) y sobre el inicio de las conversaciones de paz entre Rusia y Japón. Comentaron también las noticias que traía Guillermo de su reciente visita al rey Óscar II de Suecia, y sobre quién debía ocupar el trono noruego, tras la reciente disolución de la unión entre Suecia y Noruega. Después de tocar este tema, la conversación finalizó y Guillermo regresó a su yate. No estuvieron separados por mucho tiempo, ya que, a las diez y media de la noche, se ofreció a bordo del Hohenzollern una cena en honor del zar. La velada se extendió hasta las 3 de la madrugada, momento en que Nicolás se retiró a su yate a descansar.

Fotografía coloreada del yate imperial Hohenzollern, c. 1890. Botado en 1892, fue utilizado por el káiser hasta 1914, especialmente para sus prolongados cruceros anuales por los fiordos noruegos. Library of Congress.
Fotografía del yate imperial Estrella Polar en el puerto de Copenhague. Botado en 1890, sirvió junto al Standart, como yate de la familia imperial rusa para los viajes de Estado y los cruceros en verano por el golfo de Finlandia. Archivo fotográfico de barcos de la Armada rusa y soviética.

A la mañana siguiente el káiser subió a bordo del Estrella Polar, con un borrador del tratado en el bolsillo. Nicolás le recibió al pie de la pasarela, y tras saludarse con un abrazo cordial, pasaron al interior donde disfrutaron del desayuno. En esta ocasión, la conversación volvió a centrarse en los temas que habían tratado el día anterior. Guillermo II detalla en su descripción de los hechos, cómo el zar le mostró su enfado y su decepción con sus aliados franceses, que no habían apoyado a Rusia en su reciente guerra en Asia. Además, los franceses habían suscrito el año anterior un acuerdo con los británicos, aliados de Japón. Nicolás exclamó: “Los franceses se comportaron como unos canallas conmigo; por orden de Gran Bretaña mi aliado me dejó en la estacada. ¡Y ahora mira, cómo fraternizan con los ingleses! ¡Y nunca me dijeron nada de ello, ni pidieron mi permiso!». Al káiser le pareció entonces el momento oportuno para actuar y le propuso a Nicolás firmar un acuerdo. Guillermo le recordó al zar que el octubre pasado ya habían deliberado sobre la posibilidad de entablar un acuerdo mutuo, pero este no había llegado a materializarse. Nicolás contestó: “¡Ah sí, lo recuerdo bien! Pero he olvidado su contenido”, a lo que Guillermo respondió: “Yo poseo una copia, que casualmente tengo en mi bolsillo ahora mismo”. Nicolás, entonces, cogió al káiser por el brazo y lo llevó a una cabina privada; tras cerrar todas las puertas dijo: “Enséñamelo, por favor”. El káiser sacó el tratado de su bolsillo y lo extendió sobre el escritorio. El zar lo leyó de arriba abajo varias veces y permaneció en silencio. Finalmente alzó la voz y dijo: “¡Es excelente, estoy de acuerdo!”. A lo que el káiser respondió: “¿Te gustaría firmarlo?”. “Sí”, dijo Nicolás, y tras plasmar su nombre en el documento se deshizo en halagos al káiser, “se lo agradezco a Dios y a ti; tendrá consecuencias beneficiosas para mi país y para el tuyo; eres el único amigo que Rusia tiene en el mundo”. En calidad de testigos, el documento también fue rubricado por Heinrich von Tschirschky, diplomático alemán, y Alekséi Birilev, recientemente nombrado ministro de marina, a quien no se le permitió ver el contenido. Guillermo II estaba eufórico con el nuevo acuerdo, sobre todo, por el papel clave que había ejercido en su elaboración. Lo llegó a considerar un triunfo de la diplomacia dinástica y un “punto de inflexión en la historia de Europa».

Una de las pocas fotografías tomadas el 24 de julio de 1905. Tras firmar el tratado, el káiser invitó al zar a inspeccionar el crucero SMS Berlín, uno de los buques que escoltaba al yate del emperador alemán. En esta instantánea, tomada en la cubierta del SMS Berlín, aparece un grupo de oficiales alemanes, mientras a la derecha, charlan Nicolás II, de cara y repeinándose el bigote con la mano, y Guillermo II, de espaldas a la cámara. La fotografía aparece dedicada por el káiser, «Con los mejores deseos para un próspero año nuevo 1906, Willy». CLARK, Christopher. Kaiser Wilhelm II: A Life in Power. Londres: Penguin Books, 2009, p. 195.

El tratado, compuesto por cuatro artículos, estipulaba que, si cualquiera de los dos imperios era atacado por una potencia en Europa, el otro debía acudir en su ayuda con todo su poderío militar y naval. El acuerdo entraría en vigor automáticamente al finalizar la guerra ruso-japonesa, y a partir de entonces, Rusia debería informar a Francia de la existencia del tratado y tomar las medidas necesarias para que se uniera también a la alianza. Guillermo estaba convencido de que había conseguido una gran victoria, restaurando las relaciones ruso-germanas, y asestando un golpe mortal a la alianza franco-rusa. El káiser no solo pretendía debilitar la alianza entre Francia y Rusia, eliminando así la posibilidad de una guerra en dos frentes, sino que pretendía, además, sentar las bases para una futura alianza continental contra Gran Bretaña, formada por las grandes potencias europeas. El deseo de Guillermo era provocar una revolución diplomática en Europa que revertiera en una coalición liderada por Alemania. Por otra parte, resulta evidente porqué el tratado resultó tan atractivo para Nicolás II. La nueva alianza con Alemania ofrecía protección a las vulnerables fronteras de Rusia, muy debilitada tanto en Europa como en Asia por la derrota en la guerra con Japón. Pero a pesar de todo, el zar se dejó seducir por el marcado carácter antibritánico que tenía el acuerdo. Gran Bretaña, que acababa de renovar su alianza con Japón en 1905, era considerada por Nicolás como el verdadero peligro para los intereses de Rusia. Sin embargo, la gran beneficiada con la firma del tratado era Alemania. Cuando Rusia diera a conocer el tratado a Francia, podían producirse dos escenarios; Francia podía aceptar unirse a la alianza y formarse así un bloque dirigido contra Gran Bretaña; o podría negarse, lo que produciría la ruptura de la alianza franco-rusa. En cualquiera de los dos escenarios la posición de Alemania saldría reforzada y ganaría el prestigio de un éxito diplomático.

El “triunfo” del káiser, sin embargo, fue efímero. A su regreso a Berlín, Guillermo II se encontró con la desaprobación de su canciller. A pesar del apoyo inicial al tratado con Rusia, Bülow rechazó aceptar y ratificar el compromiso que el káiser había adquirido en Björkö. No estaba de acuerdo con una cláusula que Guillermo había introducido en el último momento, en contra de las recomendaciones del Ministerio de Asuntos Exteriores, que limitaba el área de operación del tratado a Europa (el texto original acordaba que un ataque en Europa o en cualquier otra parte del mundo activaría la alianza). En consecuencia, amenazó con presentar su renuncia. Bülow argumentaba que, al limitar el tratado a Europa, el káiser lo había despojado de toda utilidad, ya que Alemania estaba en una mejor posición para ayudar a Rusia, que Rusia de ayudar a Alemania. Algunos historiadores consideran que existía un razonamiento sólido por parte del káiser para incluir la cláusula, ya que de esta manera conseguía evitar que un hipotético conflicto colonial entre Rusia y Gran Bretaña pudiera arrastrar a Alemania a la guerra. La reacción de Bülow fue inesperada, pues el acercamiento con Rusia había constituido una piedra angular de su política exterior. Lo más probable es que su actitud de protesta respondiera a un intento de fortalecer su posición en el gobierno, frente a la reciente independencia del emperador.

Por otra parte, a su regreso a San Petersburgo, Nicolás II mantuvo el documento en secreto hasta el 30 de agosto, cuando se lo presentó durante una audiencia, a su ministro de Asuntos Exteriores. El ministro Vladimir Lamsdorf se mostró de inmediato alarmado por las implicaciones que el tratado representaba para los compromisos que Rusia había adquirido con sus aliados. Lamsdorf señaló al zar que era “inadmisible prometer lo mismo a dos gobiernos cuyos intereses eran mutuamente antagónicos». Aun así, el zar se mostraba partidario de llegar a algún tipo de acuerdo con Alemania, ¿quizás una versión revisada del tratado de Björkö que hubiera sido examinada por los franceses? Sin embargo, Lamsdorf era plenamente consciente de que no existía ninguna posibilidad de persuadir a Francia para que se uniera a una alianza continental contra Gran Bretaña. Para París, el motivo principal de la alianza con Rusia era disuadir cualquier agresión de Alemania. En septiembre de 1905, Lamsdorf advirtió al zar, “si las condiciones de este tratado se conocieran en París entonces, con toda probabilidad, el objetivo a largo plazo de la política alemana sería alcanzado – la alianza franco-rusa se desharía para siempre, y nuestras relaciones con Gran Bretaña empeorarían de tal modo que nos dejaría completamente aislados y unidos únicamente con Alemania». Nicolás II desistió finalmente ante la presión de su gabinete. Cuando el gobierno ruso informó que les resultaba imposible ratificar el acuerdo, el Ministerio de Asuntos Exteriores alemán no insistió en la materia. A pesar de provocar el enfado del káiser que insistía: “Unimos nuestras manos y firmamos ante Dios, que escuchó nuestros votos…lo que está firmado esta firmado», San Petersburgo pudo escapar tras astutas maniobras y una ligera humillación, del acuerdo contraído en Björkö.

Referencias:

BERNSTEIN, Herman. The Willy-Nicky Correspondence: Being the Secret and Intimate Telegrams Exchanged Between the Kaiser and the Tsar. Toronto: S. B. Grundy, 1918, pp. 104-109.

CARTER, Miranda. George, Nicholas and Wilhelm: Three Royal Cousins and the Road to World War I. Nueva York: Alfred A. Knopf, 2010, pp. 275-278.

CLARK, Christopher. Kaiser Wilhelm II: A Life in Power. Londres: Penguin Books, 2009, pp. 191-197.

FAY, Sidney. «The Kaiser’s Secret Negotiation with the Tsar, 1904-1905”. En: The American Historical Review. Oxford: Oxford University Press, 1918, vol. 24, núm. 1, pp. 48-72.

IZVOLSKY, Aleksándr. Recollections of A Foreign Minister. Nueva York: Doubleday, 1921, p. 50.

LIEVEN, Dominic. Nicholas II: Emperor of all the Russias. Cambridge: University Press, 1993, pp. 155-158.

MACDONOGH, Giles. The Last Kaiser: the life of Wilhelm II. Nueva York: St. Martin’s Press, 2001, pp. 287- 289.

MCDONALD, David. United Government and Foreign Policy in Russia, 1900-1914. Cambridge: Harvard University Press, 1992, pp. 78-81.

WHYTE, Frederic. Letters: a selection from Prince von Bülow’s official corresponcence as Imperial Chancellor during the years 1903-1909. Londres: Hutchinson, pp. 150- 158.

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