China 1900: La rebelión de los bóxers

En el caluroso verano de 1900 los bóxers, un movimiento reaccionario, se había extendido con rapidez por todo el norte de China, estimulados por un sentimiento xenófobo y por una insatisfacción pública frente a la incapacidad y la corrupción de la dinastía Qing. En junio de 1900 las fuerzas bóxers asediaron las embajadas de las potencias extranjeras en Pekín, y persuadieron a la emperatriz viuda a declarar la guerra a los extranjeros. La respuesta occidental fue la creación de una poderosa alianza de ocho naciones con el objetivo de invadir China y poner fin al asedio de las delegaciones.

Existe poco conocimiento sobre la formación del movimiento y los objetivos de los bóxers. La gran mayoría de sus integrantes eran campesinos iletrados que dejaron muy poco o nulo testimonio y, por tanto, la información disponible nos ha llegado de la mano de fuentes occidentales. Sin embargo, a pesar de su confuso origen, no hay dudas sobre su naturaleza. El movimiento se fundamentaba en dos creencias. En primer lugar, los bóxers estaban convencidos de poder alcanzar la invulnerabilidad frente a las armas de fuego, mediante la práctica de artes marciales espirituales y a través de una variedad de rituales físicos y religiosos. A esto hay que añadir la segunda creencia del movimiento, que se basaba en identificar a los occidentales como la causa de todos los males que afectaban a China a finales del siglo XIX. Fue precisamente por su uso extendido de las artes marciales, conocidas en esa época por el mundo anglosajón como “boxeo chino”, que se les empezó a denominar bóxers.

Para comprender el origen de los bóxers es necesario remontarse a 1898 a la provincia de Shandong, situada en la llanura del Norte de China. Ese año el río Amarillo se desbordó, destruyendo la mayoría de las cosechas, y, por si fuera poco, al año siguiente empezó una sequía que se prolongó hasta 1900. Esta combinación de circunstancias forzó a la débil economía campesina al colapso, con miles de campesinos sin tierras que trabajar y al borde de la hambruna. El resultado de esta situación fue el aumento de la criminalidad y el bandidaje, además de un incremento sustancial de sociedades secretas, que se convirtieron en el último refugio de los desamparados. Una de estas sociedades eran los Yihéquán (nombre chino para los bóxers que se traduce como Sociedad de los Puños de la Recta Armonía), a quienes les unía un sentimiento contrario hacia el cristianismo y los extranjeros. Los bóxers no estaban solos en su odio a los occidentales. Esta actitud era compartida por muchos chinos que identificaban la influencia extranjera como la causa principal de todos los problemas que afectaban a China. Por esta razón, el movimiento bóxer se extendió con rapidez por toda la provincia. La influencia occidental en China había sido constante durante gran parte del siglo XIX, pero tras la derrota en la guerra sino-japonesa (1894-1895), el país entró en la fase más fuerte de dominación foránea. El conflicto es uno de los muchos ejemplos que encontramos a lo largo del siglo XIX de guerras llevadas a China, por el deseo de las potencias de adquirir derechos y privilegios, además de concesiones territoriales donde establecer colonias desde las que poder comerciar e influir en el país.

Este mapa, publicado en 1900, muestra el teatro de operaciones (marcado con un círculo rojo), las líneas de ferrocarril, y las principales posesiones de las naciones extranjeras en Asia Oriental. En 1898 las potencias occidentales consiguieron aumentar su presencia en China. Se añadieron a las previamente establecidas Macao (Portugal) y Hong Kong (Reino Unido), las colonias de Kiau Chau (Alemania), Lüshun (Rusia), Guangzhouwan (Francia) y Weihaiwei (Reino Unido). Publicación de Le Petit Journal Supplément Illustré, 8 de julio de 1900. Bibliothèque nationale de France.

Dicha influencia se extendió de muchas maneras, pero una de las más importantes fue a través de la actividad de las misiones cristianas. Particularmente activas durante el siglo XIX, las sociedades misioneras enviaron a numerosos religiosos con el objetivo de convertir a la población china al cristianismo. Los misioneros aportaban ayuda a la población en muchos sentidos, contribuyendo de manera significativa a la educación y al cuidado médico. Aun así, la llegada de misioneros tuvo grandes implicaciones, pues en muchos casos generaban una ruptura de la sociedad local que llevaba al resentimiento de la población. Los misioneros, como los demás extranjeros del país, disfrutaban de una serie de privilegios adquiridos por los países occidentales. Uno de los más importantes era el derecho de no estar sujetos en territorio chino a las leyes chinas, si no a las de sus respectivos países. Este tipo de medidas eran consideradas una vulneración flagrante de la soberanía china, pero, debido a su posición de inferioridad frente a las potencias extranjeras, el país no podía oponerse. Paralelamente, la acción de los misioneros también generaba una situación de desigualdad entre los chinos conversos y el resto de la población. Los cristianos chinos gozaban de influencia y de una buena posición social fruto de su conversión. Este desequilibrio de las sociedades tradicionales, generó un malestar social que los bóxers supieron canalizar a través de un discurso de confrontación. Por esta razón, sus acciones se centraron en un principio casi exclusivamente contra los chinos conversos, forzándoles mediante tortura a renunciar al cristianismo. Sin embargo, poco a poco sus acciones se fueron volviendo cada vez más violentas y entre abril y mayo de 1899, los bóxers pasaron de la intimidación a los hechos, con el asesinato de cristianos chinos y la quema de iglesias.

Si hasta ese momento el movimiento bóxer se había caracterizado principalmente por su anticristianismo, a partir de mayo de 1900 empezó a adquirir un sentimiento antioccidental mucho más marcado, con su lema, “¡Apoyad a los Qing, destruid a los extranjeros!”. Al mismo tiempo, el movimiento se extendió por gran parte del norte de China y llegó a Pekín. Los bóxers empezaron a tomar las calles de la capital y su presencia era cada vez más notable. Realizaban numerosos despliegues físicos para demostrar sus poderes y su actitud contagió a la población, que se fue volviendo progresivamente contraria a los extranjeros. En Pekín, y en otras importantes ciudades del norte de China como Tianjin, residían a principios del siglo XX un gran número de extranjeros, ya fueran comerciantes, soldados o embajadores de los distintos cuerpos diplomáticos de las naciones occidentales. Solían habitar barrios donde se concentraban todos los occidentales, siendo el más importante el de Pekín, conocido como el Barrio de las Delegaciones.

Mapa de la ciudad de Pekín en 1900. Se aprecia el Barrio de las Delegaciones, ubicado entre la muralla de la Ciudad Imperial y la muralla de la Ciudad Tártara. MARTIN, Christopher. The Boxer Rebellion. Nueva York: Abelard-Schuman, 1968, p. 81.

La llegada constante de noticias sobre el aumento de la violencia contra los cristianos y los misioneros en varias regiones del norte del país, hizo que los occidentales se sintieran cada vez más amenazados. La escalada de tensión llevó al embajador británico en Pekín, Claude MacDonald, a convocar una reunión con los demás embajadores para evaluar la situación y, entre todos, acordaron pedir ayuda a la flota aliada que se encontraba anclada en la Bahía de Bohai, que se comprometió a enviar refuerzos. Además, temiendo lo peor, se hizo un llamamiento a todos los extranjeros para que se dirigiera a la seguridad de las embajadas y se empezó a pensar en cómo defender las legaciones, ante un posible ataque bóxer. La llegada de las tropas el 31 de mayo provocó un alivio momentáneo entre los occidentales, pero no duró mucho. Las tensiones continuaban en aumento y MacDonald se vio obligado a telegrafiar de nuevo a los aliados pidiendo más refuerzos para proteger a los occidentales en Pekín. La respuesta a la petición de los embajadores fue la formación de una fuerza expedicionaria al mando del almirante Seymour, formada por alrededor de 2.000 soldados de varias naciones, que partió de Tianjin el 10 de junio. La coalición entre las potencias occidentales se dio a conocer como la Alianza de las Ocho Naciones, un acuerdo no formal de cooperación entre las principales potencias con intereses en China, formado por el Reino Unido, Francia, Alemania, Rusia, Japón, Estados Unidos, Italia y Austria-Hungría.

Mapa a vista de pájaro donde aparecen todos los puntos importantes entre Taku y Pekín, además de la flota aliada anclada en la bahía de Bohai, en su posición relativa. Publicación de Leslie’s Weekly, 1900 (vol. 90, p. 24).

El levantamiento de los bóxers se agravó por la inefectividad del gobierno chino de dar una respuesta a la crisis. En su estado inicial, la revuelta de los bóxers no se diferenciaba de otras revueltas que China había sufrido en años anteriores, y que el gobierno imperial había sabido suprimir con efectividad. En cambio, en este caso, el gobierno se mostraba ambivalente y no supo que curso de acción tomar. La emperatriz viuda Cixí y la corte, liderada por una facción conservadora desde el golpe de estado de 1898, veían, por un lado, la necesidad de eliminar un movimiento reaccionario que amenazaba con poner en peligro la estabilidad del país y de la dinastía. Sin embargo, también eran conscientes del gran apoyo que el movimiento tenía entre la población, además, su actitud antioccidental beneficiaba a la emperatriz, que deseaba deshacerse de la influencia extranjera. Frente a estas contradicciones, el gobierno decidió esperar a ver como se desarrollaban los acontecimientos. No apoyaba directamente a los bóxer, pero tampoco intervendría en defensa de los extranjeros.

A mediados de junio la situación para los occidentales en China era potencialmente peligrosa. Tanto en Pekín como en Tianjin, la gran concentración de bóxers amenazaba con aislar a los residentes occidentales y a los pocos soldados que les defendían. Por otra parte, la flota aliada anclada en la bahía de Bohai, había perdido toda comunicación con el almirante Seymour desde su salida de Tianjin, y barajaba la posibilidad de que muy probablemente se encontraba completamente aislado en territorio enemigo. Ante esta situación, los aliados decidieron actuar y asentar su posición en tierra firme. Resultaba imprescindible mantener abierta la vía de comunicación entre Tianjin y la flota aliada, por lo que controlar la boca del río Hai fue considerado la máxima prioridad. Sin embargo, el ejército imperial chino dominaba por completo la desembocadura del río con el control de una serie de reductos conocidos como los Fuertes de Taku. A estas alturas, los aliados tenían poca confianza en que el ejército chino permanecería neutral, y mucho menos que les ayudaría a suprimir el levantamiento bóxer. Por tanto, los aliados consideraron que la mejor opción a su disposición era tomar los Fuertes de Taku. Entre el 16 y el 17 de junio, los aliados reclamaron la rendición de los fuertes; ante la negativa de los chinos, la coalición se preparó para tomarlos por la fuerza. Los aliados obtuvieron una victoria relativamente sencilla, sin embargo, la batalla tuvo importantes consecuencias. El ataque fue considerado por la corte imperial como un acto de guerra, posicionando definitivamente al gobierno Qing del lado de los bóxers.

«Toma por asalto de los Fuertes de Taku» el 17 de junio de 1900. Se aprecia el asalto a uno de los reductos por infantes de marina de Alemania, Gran Bretaña y Rusia; al fondo, la flota aliada continua el bombardeo sobre las posiciones enemigas. Obra de Fritz Neumann, Anne S. K. Brown Military Collection.
«Eventos de China. Asesinato del Barón de Ketteler, ministro de Alemania.» Publicación de Le Petit Journal Supplément Illustré, 22 de julio de 1900. Widener Library, Harvard University.

En consecuencia, el 19 de junio la emperatriz Cixí dio un ultimátum a las legaciones extranjeras para que abandonaran Pekín, ofreciendo escolta del ejército chino hasta la ciudad de Tianjin donde los embajadores podrían ser evacuados. Desde el principio los diplomáticos occidentales pensaron que se trataba de una trampa para obligarles a abandonar la seguridad que ofrecía el Barrio de las Delegaciones. El asesinato del embajador alemán Klemens von Ketteler el 20 de junio, a manos de tropas imperiales, convenció definitivamente a las legaciones de las intenciones del gobierno chino. Los embajadores decidieron rechazar el ultimátum de la emperatriz y resistir bajo asedio a que llegaran tropas aliadas para rescatarles. Quedaron sitiados aproximadamente 900 occidentales, de los cuales 400 eran soldados, y varios miles de cristianos chinos que habían acudido los días previos en busca de protección. Al día siguiente, el 21 de junio, el gobierno chino declaró formalmente la guerra a todas las potencias occidentales.

Mientras tanto, la expedición del almirante Seymour se encontraba de camino a Pekín ajena a todo el desarrollo de acontecimientos que se habían producido desde su salida de Tianjin. Desde el principio, la expedición tuvo que hacer frente a los incesantes ataques de los bóxers, que saboteaban la línea de ferrocarril y lanzaban continúas emboscadas. Las acciones de los bóxers, desorganizados y armados con armas cuerpo a cuerpo, eran poco eficaces contra soldados occidentales, bien entrenados y con potentes fusiles de cerrojo. Sin embargo, las tácticas bóxers fueron tremendamente eficaces en retrasar el avance de la expedición. En poco menos de una semana, Seymour había conseguido avanzar solamente 50 km, la mitad del camino. Peor aún, el 17 de junio cuando la fuerza expedicionaria se encontraba en las cercanías de Langfang, se vio rodeada por un numeroso ejército chino. Consciente de su desventaja, Seymour decidió retirarse de nuevo a Tianjin, sin saber muy bien que le esperaba cuando llegara a la ciudad. Del mismo modo que en Pekín, en Tianjin el barrio donde residían los extranjeros también había quedado sitiado por fuerzas bóxers, aunque en este caso, los occidentales estaban bien defendidos por una fuerza aproximada de 1.700 soldados rusos. La cercanía de Tianjin con la costa permitió que los aliados enviaran rápidamente una fuerza de 2.100 soldados, que liberaron a los occidentales el 21 de junio. Ese mismo día, sin ser consciente de lo que estaba pasando, Seymour llegó a Tianjin. Hostigado en todo momento por el ejército chino, la expedición encontró refugio en un arsenal que se encontraba a las afueras de la ciudad. Con limitadas provisiones, tenían pocas esperanzas de resistir. Su salvación definitiva llegó el 24 de junio cuando la misma fuerza aliada que había sido enviada a rescatar a los occidentales de Tianjin, encontró para su sorpresa al almirante y a sus tropas.

A estas alturas, la situación en China se había complicado gravemente. En vista de los acontecimientos, las potencias occidentales empezaron a movilizar recursos y hombres, para constituir una fuerza numerosa que pudiera intervenir abiertamente sobre el terreno. Hasta ese momento, las acciones de los aliados habían sido improvisadas, utilizando las pocas tropas que tenían sobre el terreno en el momento del estallido de la crisis. Sin embargo, a raíz de la declaración de guerra del gobierno chino, las naciones occidentales se prepararon para una guerra a gran escala. Por proximidad geográfica, Rusia y Japón pudieron reunir tropas rápidamente, y entre ambas, su aportación fue la más significativa a lo largo de toda la campaña. Por otra parte, el Reino Unido también logró despachar un gran destacamento de soldados desde sus cercanas colonias, especialmente la India y Hong Kong. Del mismo modo, el resto de naciones también contribuyó, aunque en menor medida. La celeridad de las potencias permitió que para finales de junio los aliados pudieran reunir cerca de 12.000 tropas en la zona de Taku.

En Pekín continuaba el asedio al Barrio de las Delegaciones. Los defensores habían conseguido fortificarse, principalmente en torno a las embajadas rusa, británica y francesa, construyendo barricadas para mantener a raya a los atacantes. La parte más crítica de las defensas era una sección de la muralla de la ciudad que permanecía bajo control de las legaciones. Esta sección de la muralla, de aproximadamente 18 metros de altura y casi 8 de ancho, dominaba todo el Barrio de las Delegaciones y, por tanto, resultaba imprescindible controlarla; su defensa recayó principalmente sobre los soldados alemanes y americanos. A finales de junio aumentaron los ataques contra los sitiados, especialmente a raíz de la unión de las tropas imperiales y los bóxers. Aun así, los ataques directos eran poco frecuentes y el ejército chino nunca aprovechó su abrumadora ventaja numérica. En cambio, optaron por ataques a pequeña escala, que eran repelidos con éxito por los sitiados. Paralelamente, en el exterior de las legaciones la situación era mucho más peligrosa para los occidentales. Todo el norte de China estaba dominado por los bóxers y las misiones extranjeras dispersas por el territorio se encontraban bajo ataque. Los más afortunados pudieron llegar a la costa y ser rescatados; la gran mayoría, en cambio, sucumbió a la furia de la masa.  

Diagrama del Barrio de las Delegaciones de Pekín donde aparecen representadas las defensas construidas en torno a las embajadas. Se aprecia también la sección de la muralla, vital para la defensa de los sitiados. «Extraído de un boceto del Cap. John T. Myers, Cuerpo de Marines de EE.UU.» CLOWES, William. The Royal Navy: a history from the earliest times to the present. Volumen VII, p. 551. Publicado por S. Low, Marston and Company, Limited, Londres, 1903.

Con la toma de los Fuertes de Taku, y la parte europea de Tianjin asegurada, los aliados se preguntaban cual debía ser el siguiente paso. El comité de generales y almirantes aliados decidió que la mejor opción era capturar el resto de Tianjin, que permanecía en poder de las fuerzas imperiales, y una vez asegurada, utilizarla como base para el avance definitivo hacia Pekín. La estrategia era a simple vista sencilla, pero la realidad era más complicada. La ciudad interior de Tianjin estaba protegida por un imponente recinto amurallado que el gobierno chino, consciente de su importancia estratégica, había preparado para su defensa con una gran concentración de tropas, entre 20.000 y 30.000 soldados. Además, el ejército chino no eran los bóxers, estaban mejor entrenados y suministrados con armas occidentales. 

Mapa de la ciudad de Tianjin en 1899. En el centro del mapa aparece la ciudad amurallada; a la derecha se aprecia el barrio occidental junto a la vía férrea. Obra de Feng Qihuang, Library of Congress.

Para mediados de julio las fuerzas de la coalición eran suficientes para planear el ataque a la ciudad amurallada de Tianjin. Los comandantes aliados fijaron la fecha para el 13 de julio y acordaron poner al mando de la operación al general británico Arthur Dorward. El plan de ataque estableció dos grupos, los rusos y alemanes atacarían por el este, mientras los británicos, franceses, japoneses, americanos y austriacos atacaban las murallas por el sur. Desde el principio, el ejército aliado tuvo grandes dificultades para penetrar las murallas, el terreno que las rodeaba era complicado, con numerosos riachuelos que dificultaban el avance. Además, había poca cobertura y las tropas aliadas recibían fuego enemigo constante. Los intentos por penetrar las murallas se produjeron a lo largo de todo el día, pero no tuvieron éxito. Al anochecer, las puertas de la ciudadela aún permanecían cerradas. Los aliados daban la batalla por perdida, cuando, bajo la cobertura de la noche, los japoneses lograron plantar explosivos en la puerta sur de la ciudad, volándola por los aires. Una vez dentro, los soldados japoneses controlaron la puerta hasta el amanecer, cuando se unieron el resto de tropas aliadas y lanzaron el ataque definitivo a la ciudad.

«Coronel Awaya, comandante del 11.º Regimiento de Infantería, liderando a sus hombres hacia la batalla.» Se aprecia al Coronel Awaya, con su espada alzada, liderando el ataque a la ciudad amurallada de Tianjin; fuerzas británicas atacan por la izquierda y tropas francesas se acercan por la derecha. Se aprecia la imponente ciudadela de Tianjin y la difícil accesibilidad del terreno. Cromolitografía, autor Torajiro Kasai, julio 1900. Library of Congress / Science Source.

Aun con la captura de Tianjin, el objetivo final de los aliados todavía se presentaba lejano. Tras la batalla, las tropas aliadas podrían haber avanzado rápidamente hacia Pekín, pero este no fue el caso. Los oficiales occidentales querían tener tropas suficientes para garantizar el éxito de la operación contra la capital imperial, deseaban evitar otra expedición fallida como la de Seymour. Sin embargo, el tiempo corría en su contra, la situación de los occidentales en Pekín se volvía más desesperada día tras día, y, además, el mando aliado tampoco deseaba que la campaña se alargara hasta la llegada del invierno. Tanto el general británico, Alfred Gaselee, como el americano, Adna Chaffee, eran partidarios de iniciar al avance hacia Pekín lo antes posible, pero el resto de generales no estaban convencidos. Tras reunirse el 3 de agosto, prevaleció la opción de Gaselee y Chaffee, y los aliados iniciaron la marcha hacia Pekín. Al día siguiente, el ejército aliado formado por 19.000 hombres se puso en marcha. En esta ocasión el mando aliado decidió avanzar por una ruta diferente a la de Seymour, en vez de utilizar la línea de ferrocarril, procederían a pie siguiendo el curso del río Hai, que, a su vez, serviría de principal vía de aprovisionamiento para las tropas.

Mapa donde aparecen marcadas las dos rutas seguidas por los aliados en sus expediciones de Tianjin a Pekín. A la izquierda, la Expedición Seymour, que viajó por ferrocarril hasta su derrota cerca de Lang Fang, volviendo a pie. A la derecha, la Expedición Gaselee, que avanzó por el curso del río Hai. SMITH, Arthur. China in Convulsion. Nueva York: F. H. Revell, 1901.

La primera batalla de la expedición llegó el 5 de agosto en Beicang, a pocos kilómetros de Tianjin, donde un numeroso ejército chino esperaba a los aliados. El contingente japonés lideró el ataque contra las posiciones defensivas chinas y, tras una carga de bayoneta, les obligó a retirarse río arriba. Al día siguiente los aliados lucharon de nuevo, esta vez frente a posiciones atrincheradas en Yangcun, donde los británicos y americanos lideraron el asalto, tomando la ciudad al anochecer. Tras las derrotas sufridas en ambas batallas, el ejército imperial se batió en retirada y no pudo volver a organizar una resistencia significativa, ni siquiera en Pekín. Esto permitió a los aliados proseguir sin grandes dificultades y para el 12 de agosto, se encontraban en Tongzhou, la última ciudad antes de Pekín. A pesar de no encontrar oposición, los ejércitos aliados detuvieron el avance y establecieron el campamento, para organizar el ataque a Pekín.

Reunidos en consejo de guerra, los comandantes aliados acordaron el plan de ataque. El primer día las tropas montadas realizarían un reconocimiento del terreno, seguido al día siguiente por el avance de la infantería, que ocuparía sus puestos para lanzar, al tercer día, el asalto definitivo a la ciudad. Para el asalto final cada general lideraría a sus hombres simultáneamente contra una puerta diferente de la muralla, asignada previamente. Sin embargo, el plan no fue como estaba previsto. Antes de lo acordado, los rusos iniciaron el ataque al anochecer del día 13 de agosto, lo que obligó al resto de naciones a intervenir en su apoyo. Esta poco claro que llevó a los rusos a realizar esta maniobra, aunque es muy probable que se vieran influidos por la creciente rivalidad entre las potencias occidentales, presente durante toda la campaña. El asalto a Pekín se convirtió desde el principio en una carrera para ver que nación conseguía atribuirse el mérito de haber liberado el Barrio de las Delegaciones. Al recibir la noticia del precipitado ataque ruso, el resto de naciones iniciaron la marcha en la madrugada del día 14, para recorrer los 10 kilómetros que separaban el campamento de la batalla. Los primeros en llegar fueron los japoneses que rápidamente apoyaron a los rusos en su ataque a la muralla. Entre ambos hicieron frente a la mayor parte de los defensores chinos que se encontraban en la ciudad. Esto provocó que cuando los americanos y los británicos iniciaron su ataque por la mañana, no encontraron apenas resistencia. El poco número de defensores chinos, permitió a los americanos avanzar hasta la base de la muralla y organizarse para escalarla, cosa que realizaron con éxito, convirtiéndose en los primeros en entrar en la ciudad. Pero su avance fue más lento, y los británicos, que habían penetrado la muralla poco después que los americanos, fueron los primeros en llegar a las legaciones. Los occidentales en Pekín recibieron a sus libertadores con júbilo, agradecidos de poner fin a un asedio que había durado 55 días. Al finalizar la jornada, las tropas rusas y japonesas seguían en sus posiciones iniciales, incapaces de avanzar. Solo con la caída de la noche, los japoneses lograron entrar en la ciudad volando la puerta de la muralla, del mismo modo que en Tianjin.   

Tropas americanas del 14.º Regimiento de Infantería en la batalla de Pekín, 14 de agosto de 1900. La imagen representa el peligroso ascenso de las tropas americanas por la muralla, lideradas por el cabo Calvin Titus, primero en ascender y por lo que sería condecorado con la Medalla de Honor. Obra por H. Charles McBarron, Jr.

En la madrugada del 15 de agosto, pocas horas después de la liberación de los sitiados, la emperatriz viuda, parte de la familia imperial y la corte, abandonaron la Ciudad Prohibida en una apresurada huida hacia el oeste, para refugiarse en Xi’an, en el interior del país. En Pekín, a pesar de liberar las legaciones, la batalla se prolongó durante todo el día contra las bolsas de resistencia desperdigadas por la ciudad. Los ejércitos aliados se detuvieron a las puertas de la Ciudad Prohibida, para realizar una entrada todos juntos al día siguiente, 16 de agosto. A pesar de que los combates por el norte de China continuaron hasta mediados de septiembre, la toma de Pekín por parte de la alianza occidental marcó prácticamente el final de la guerra. Con los combates finalizados, los aliados pasaron a la ocupación. Pekín fue dividida entre las diferentes naciones, cada una responsable de supervisar su zona. Durante las primeras semanas de la ocupación, reinó el caos absoluto en la ciudad. Los soldados se dedicaron en su mayoría al saqueo. Entraban en las casas que muchos chinos habían abandonado ante el avance del ejército aliado, buscaban oro y plata, pero todo valía, joyas, telas de seda o abrigos de piel, cualquier cosa con valor. El pillaje estuvo acompañado, además, por episodios de brutalidad contra la población local. Esto fue algo constante a lo largo de toda la campaña. Los soldados occidentales consideraban a todos los chinos como enemigos, rara vez hacían distinción entre bóxers y civiles. Tras la victoria, los aliados pasaron a buscar a los culpables. Todo aquel sospechado de ser bóxer era juzgado y ejecutado. Las ejecuciones creaban un espectáculo público, con la intención de infligir una venganza sobre el Estado y el pueblo chino, por las matanzas perpetradas contra los occidentales. Las ejecuciones fueron delegadas a los propios chinos, siempre bajo supervisión de los aliados.

Ejecución publica de tres bóxers, supervisado por tropas francesas y alemanas. El pie de foto lee: «La Crisis en China: La Ejecución Pública de Tres Oficiales Anti-extranjeros en Paoting-Fu. La Comisión Internacional, a la que le fueron otorgados plenos poderes sobre la vida y la muerte en relación a los rebeldes de Paoting-fu, sentenció a tres principales culpables a muerte. Estos fueron Fentai, que no hizo nada para proteger a los europeos ni cristianos, ni para prevenir la masacre de misioneros; el gobernador tártaro que enalteció y organizó el movimiento bóxer; y el Coronel de caballería, Wang Chen Quan, quien permitió la masacre del misionero Bangall, su esposa, y su pequeña hija, cuando buscaron protección en su campamento.» Obra de F. De Haenen, del boceto de un oficial británico. Publicación de The Graphic, 5 de enero de 1901.

Frente a la derrota catastrófica del ejército chino en la campaña y la capitulación de Pekín, la única opción de la emperatriz y del gobierno era negociar con los aliados. Las negociaciones entre ambas partes fueron largas, extendiéndose entre 1900-1901, culminando en la firma del Protocolo Bóxer en septiembre de 1901. El tratado de paz no fue benévolo con China. Los diplomáticos chinos sabían, por la experiencia de tratados anteriores, que, si querían recuperar su capital, los occidentales les harían pagar. Pagar en tierras, en concesiones, y, sobre todo, en dinero. China aceptaba pagar indemnizaciones por valor total de 450 millones de taeles de plata (alrededor de 335 millones de dólares o 67 millones de libras esterlinas de la época), pagaderos durante 39 años, con un 4% de interés anual. La cantidad ascendía a casi la totalidad de la producción anual china, y en la práctica hipotecaba el futuro de la dinastía Qing a las potencias occidentales. Otra sección del tratado estaba dirigida a castigar a los responsables. Los occidentales estaban convencidos de que los bóxers habían sido organizados desde la corte. En consecuencia, muchos príncipes y cortesanos fueron obligados a suicidarse o en casos menos extremos, fueron exiliados. El resto del tratado estaba dedicado a garantizar que no se volvieran a repetir acontecimientos parecidos en el futuro. Los fuertes de Taku fueron derribados, aumentó el destacamento permanente de soldados occidentales en China, y el gobierno imperial se comprometía a mantener abierto el camino entre la costa y Pekín.

Tras la campaña se extendió la percepción de que Occidente había obtenido una victoria aplastante sobre China, pero lo cierto es que en realidad fue una victoria muy ajustada. La expedición del almirante Seymour estuvo cerca de representar un humillante fracaso para los aliados. Del mismo modo, al final del primer día de combate, la batalla de Tianjin se daba prácticamente por pérdida. Por otra parte, la segunda expedición aliada fue en muchos sentidos una apuesta arriesgada, la falta de cooperación y la creación apresurada de la estructura de mando hacía a las fuerzas aliadas muy desorganizadas. En las batallas de Beicang y Yangcun, los ejércitos chinos supieron organizarse de manera eficiente, pero fueron incapaces de contener el avance aliado. Los generales chinos no supieron reaccionar, ni explotar con éxito la vulnerabilidad de las potencias occidentales. El Imperio chino había pasado gran parte del siglo XIX en una lucha constante por intentar resistir a las potencias imperiales. Al final, se encontró incapaz de hacer frente ni tan siquiera a las nuevas potencias en Asia, Estados Unidos y Japón. Esta última, demostró en los años siguientes lo que ya había puesto de manifiesto en la campaña contra los bóxers, su importancia en el escenario internacional y su determinación de ser considerada una gran potencia. En cuanto a la dinastía de los Qing, había logrado sobrevivir en medio de la catástrofe. Sin embargo, el desprestigio de la derrota y la imposición de una paz humillante, contribuyeron a la creciente impopularidad y debilidad del gobierno y la dinastía, que acabó por sucumbir definitivamente en la revolución de 1911.

A pesar del fracaso de la rebelión, los bóxers sirvieron como ejemplo y como inspiración a una generación de revolucionarios. La ambigüedad y la vaguedad del movimiento permitió a los observadores posteriores imponer sus propias visiones sobre los bóxers. De tal manera que, Mao Zedong por ejemplo, consideró a los bóxers como uno de los primeros movimientos de resistencia. Los movimientos campesinos, del que los bóxers eran parte, eran para Mao una herramienta histórica que descomponía la estructura de la sociedad china. En este sentido, los bóxers allanaron el terreno y prepararon a China para la verdadera revolución marxista. Esta interpretación de los bóxers, fervientes resistentes ante los intrusos capitalistas extranjeros, a llevado a considerar su movimiento como el prólogo de la revolución de Mao. Para los occidentales, en cambio, los bóxers representaban otro ejemplo más del primitivismo presente en las culturas no europeas, que justificaba la función civilizatoria que ellos mismos se atribuían.

Referencias:

FLEMING, Peter. The Siege of Peking. Edimburgo: Birlinn, 2001.

MARTIN, Christopher. The Boxer Rebellion. Nueva York: Abelard-Schuman, 1968.

O’CONNOR, Richard. The Spirit Soldiers: A Historical Narrative of the Boxer Rebellion. Nueva York: Putman, 1973.

PRESTON, Diana. The Boxer Rebellion: The Dramatic Story of China’s War on Foreigners That Shock the World in the Summer of 1900. Nueva York: Walker, 2000.

SILBEY, David. The Boxer Rebellion and the great game in China. Nueva York: Hill and Wang, 2012.

TAN, Chester. The Boxer Catastrophe. Nueva York: W.W. Norton, 1971.

VISUALIZING CULTURES. The Boxer Uprising [online]. MIT. [consulta: 10 de febrero 2021]. Disponible en: < https://visualizingcultures.mit.edu/boxer_uprising/bx_essay01.html >.

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